La Antepenúltima Verdad
Artículos y Ensayos

26.4.10

Imposibilidad del engaño

©2010, Jesus Ramírez Bermúdez |

El señor FG, un hombre de 70 años de edad, desarrolló síntomas comúnmente asociados a la enfermedad de Parkinson, como dificultad para iniciar movimientos corporales, marcha lenta, con pasos cortos, arrastrando los pies, temblor de las extremidades y rigidez. Fue atendido en el hospital Belleveau por la doctora Catherine Thomas Antérion, en el encantador poblado de Saint-Éttiene, al oriente de Francia.
    Cuando la enfermedad llevaba seis meses de evolución, experimentó por primera vez alucinaciones visuales: veía a su madre, quien había muerto veinte años antes. La visión era de naturaleza fluctuante, ocurría a cualquier hora del día, y más que terror o sorpresa, provocó en el señor FG sentimientos de decepción, pues la imagen permanecía sin habla.

    Una vez, mientras se encontraba en el hospital, vio muchas mujeres frente a él, y las identificó (a todas) como su esposa. Más tarde, al ver una enfermera, aseguró que se trataba nuevamente de su esposa, aunque no había parecido entre ellas, según nos advierte la doctora Catherine Thomas en el reporte de este caso clínico, publicado en el año 2008 por la revista Neurophysiologie Clinique. 1
    En esta ocasión, nos advierte la doctora, el paciente se desconcertó al ver tantas esposas al mismo tiempo. Pero el desconcierto llegó a su clímax tres meses después, cuando el señor FG desarrolló el trastorno conocido como delirio de Capgras: aseguraba que un familiar (en este caso su esposa), era un impostor, pero a diferencia de otros casos, él decidió conocer más a fondo a la doble de su mujer. Desde su perspectiva, las dos eran indistinguibles. Se vestían igual, hablaban de la misma manera, sus nombres eran idénticos. Ambas tenían hermanos con los mismos nombres y la misma edad.
    En La insoportable levedad del ser, un célebre neurocirujano creado por Milan Kundera buscaba las diferencias sutiles de cada amante, y llegaba incluso a encapricharse con los mínimos detalles que distinguían a una mujer de otra, como la forma de la nariz o las imperfecciones del rostro, a la manera de un misógino condescendiente, dispuesto a probarse a sí mismo que “no todas las mujeres son iguales”. De la misma forma, el señor FG analizaba atentamente a la impostora, para detectar si tenía las pequeñas imperfecciones corporales de su esposa, como manchas y lunares. En ocasiones la identificaba correctamente, y era capaz entonces de evocar los sentimientos de toda una vida; le rogaba entonces a su mujer que “no lo dejara solo con la impostora”. Pero ignoramos si la vehemencia del señor FG era sincera o fingida, pues en aquellos días la esposa habló con la doctora y le confesó que el enfermo, cuando estaba a solas con la “impostora”, la seducía y hacía el amor con ella. Atónita, la mujer admitió que era la amante de su propio esposo, y más aún, que posiblemente él estaba enamorado de la impostora, si debemos hacer un juicio a partir de la experiencia amatoria: cuando él estaba con la amante, era gentil, se prolongaba en caricias eróticas preliminares al sexo (como lo había hecho algunas veces mucho tiempo atrás) y tenía prácticas durante el coito que jamás había realizado en 45 años de matrimonio.
    ¿No anticipaba estos estados de gracia el gran dramaturgo trágico de la literatura española, Calderón de la Barca? En su obra La vida es sueño, 2 dice el príncipe Segismundo:
¿Tan semejante es la copia
al original, que hay duda
en saber si es ella propia?
Pues si es así, y ha de verse
desvanecida entre sombras
la grandeza y el poder,
la majestad y la pompa,
sepamos aprovechar
este rato que nos toca,
pues sólo se goza en ella
lo que entre sueños se goza.
    Durante los períodos en que la identificaba correctamente, el señor FG tuvo también un par de encuentros sexuales con su “verdadera esposa”, pero ella observó que su marido era otra vez el amante ordinario de las últimas décadas, y no el seductor atrevido que la engañaba consigo misma. También perdió al enamorado cuando recuperó al esposo: la doctora inició un tratamiento a base de medicamentos. En seis semanas se desvaneció el delirio, y terminó este inusual relato de enredos, en el cual el marido traiciona a la esposa consigo misma, y el engaño realmente no lo es.

N O T A S
1. Anterion CT, Convers P, Desmales S, Borg C, Laurent B. An odd manifestation of the Capgras syndrome: Loss of familiarity even with the sexual partner. Clinical Neurophysiology 2008; 38:177-182.
2. Calderón de la Barca. La vida es sueño. Alianza Editorial (Madrid, 1967).

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