La Antepenúltima Verdad
Artículos y Ensayos

16.12.09

Lo femenino en la obra de Philip K. Dick (I)

©2009, Ana Delia Carrillo | 


El primer acercamiento que tuve con la literatura de Philip K. Dick ocurrió tarde en mi vida. Y fue un poco accidentado debido a que, de entrada, la opinión que se tenía de él  a mi alrededor era una de admiración a gran escala. Muchos escritores cercanos reconocían sin reparos la influencia de Dick en sus trabajos, y como es natural, las expectativas eran bastante altas. Después de varios intentos fallidos, finalmente me atrapó, pues debo reconocer que lo que encontré no me decepcionó en lo absoluto. Sin embargo, hubo algo que llamó mi atención de inmediato: sus personajes femeninos. Y es que, hasta ahora, dentro de la breve galería de sus personajes, no hay uno solo que no sea detestable, por decir lo menos.
    Las mujeres en la obra de Dick son invariablemente poderosas, lo que en sí, no implica problema alguno. Son las actitudes que toman ante ese poder lo que las convierte en una suerte de tiranas. Son mujeres de belleza exterior, pero que interiormente no tienen nada rescatable: engañan, humillan y destruyen sin contemplación alguna.
    No puedo evitarlo, hay algo en las mujeres de Dick que me molesta, que me incomoda. Por eso, a lo largo de esta semana, y por entregas, estaré comentando sobre ellas.

Philip K. Dick y la Nueva Carne

©2009, Gerardo Horacio Porcayo |

Ya lo estipulaba Pepe Rojo en su ensayo, la Nueva Carne es un concepto directamente emparentado con la CF. De ahí nace. Desde ahí partimos para utilizar el concepto como metáfora del cambio; del hombre sometido al devenir de un mundo que lo obliga a adaptarse.
    Círculo vicioso. Los cambios que el hombre ha introducido en la naturaleza en pro de hacer del mundo un refugio más seguro, lentamente lo transforman.
    Lenta o aceleradamente.
    Philip K. Dick, en su mirada visionaria, siempre consideró que todo estaba a punto de ocurrir. Escribiendo en los 60’s, pronosticó grandes transformaciones para la década de los 90’s.
    Las transformaciones están aquí, aunque no desde todos los ángulos que él enfocara.

3.8.09

Regresando a la escena del crimen perfecto

Steven Shaviro, foto de Davide Grassio, Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar lo virtual |

©2002, Steven Shaviro |

©2009, Ana Delia Carrillo, por la traducción |


El desastre arruina todo,
al tiempo que deja todo intacto.
--Maurice Blanchot


1. "El crimen perfecto," escribe Baudrillard, "es aquel de una realización incondicional del mundo por la actualización de toda la información, la transformación de todos nuestros actos y todos los eventos en información pura; en corto, la solución final, la resolución del mundo anticipado a su época por la clonación de la realidad y la exterminación de lo real por su doble" (25). En algún punto, la realidad "implota sin dejar rastros, ni siquiera la señal de su final. Pues el cuerpo de lo real jamás fue recuperado. En el sudario de lo virtual, el cuerpo de lo real es para siempre inencontrable" (46).

12.7.09

Índice V-1.0.1

El Holocausto Pasivo

  • Los Zombis En El Séptimo ¿Arte? de Eugenio Zigurat. Cuestionamientos que van desde el arte en el cine y las películas de zombis, pasando por una comparación entre estas últimas y lo que en La Langosta llamamos zombyficación: plaga de principio de siglo que amenaza con infectar a quien se descuide. Un artículo que no deja títere con cabeza.
  • El Extraño Encanto De La Muerte de Alejandro Badillo. El dilema de la muerte, diferentes conceptos en torno a ella, y el temor que ancestralmente provoca al ser humano; temas que son tocados a partir de una experiencia personal del autor.
  • El Espíritu De Lo In-Dependiente de Yussel Dardón. Reflexiones en torno a la independencia editorial en ámbitos literarios tan variados como los medios alternativos, las revistas y los fanzines, y las consecuencias de ejercerla a plenitud.
  • El Consumo De La Ficción (¿Morirá La Novela?) de Efigenio Morales Castro. Una revisión a la aclamada caducidad de la novela. Una perspectiva ensayística desde una particular óptica crítica.
  • La Muerte De La Vida Tal Como La Conocemos (I) de Carlos Alberto Limón. Columna en tres partes; ésta, la primera entrega, nos introduce en el deseo de un cambio de paradigmas cuya resultante no ha sido la esperada.
  • Concéntrica Ciencia Ficción de Ismael Flores Ruvalcaba. Una perspectiva crítica esperanzadora sobre la evolución del género.

21.6.09

Concéntrica Ciencia Ficción

©2009, Ismael Flores Ruvalcaba |

Hay quienes afirman —para terror de algunos historiadores— que la historia es cíclica y puede ser entendida bajo la metáfora geométrica de una espiral. Tomémosla como cierta (aunque más tarde la desechemos) y situémonos en el Renacimiento.

A decir de Peter Burke, el Renacimiento más que una ruptura fenomenal, fue una continuidad de la Edad Media; que no fue ni tan oscura, ni tan "media". El hombre renacentista se imaginó harto diferente a sus parientes medievales; se pensaba superior, culto e irremediablemente moderno; tal y como nosotros ahora nos pensamos posmodernos, poniendo una distancia infranqueable con la modernidad e ignorando la gran y aterradora posibilidad de que presenciemos sólo la continuidad de este periodo.

Sin embargo, podemos mantener viva la sospecha de que este momento histórico que vivimos sea considerablemente distinto a los anteriores. El hombre del renacimiento —e, incluso, el moderno—, pensaba en la historia de manera lineal, como un continuo suceder de etapas donde la ignorancia desaparecería gradualmente con el paso del tiempo y la sociedad se iría perfeccionando por sí sola. Hoy en día podemos poner en tela de juicio este pensar con argumentos bastante elocuentes y desesperanzadores.

Qué tristeza haber alcanzado el año 2000 sin autos voladores, sin la panacea para todas las enfermedades y sin haber construido esas ciudades de metal pulido y tubos teletransportadores. El futuro, en la posmodernidad, no es más que un tiempo inmediato que comprende los meses entre el lanzamiento de un producto y su versión 2.0; qué sorpresa puede guardarnos el tomorrowland de Disney para nosotros que vivimos en el filo del tiempo.

Ya se ha dicho hasta la saciedad que vivimos una época de crisis y, por ende, de transición. Casi todos los "ismos" —con excepción de los fundamentalismos religiosos— nos parecen ya pecados de juventud. Las utopías, junto con la novela, la ciencia ficción y miles de cosas más, han sido declaradas muertas. Ese viejo sueño de la "tercera vía" ahora nos parece un cuento de hadas que, al crecer, olvidamos.

Pero tal vez sólo estemos siendo exagerados. Estas ganas de matar todo lo que nos liga a la modernidad —como en su tiempo los renacentistas quisieron hacerlo con la Edad Media— tal vez sólo sea una reacción pasajera. No creo que las utopías hayan muerto, creo que tan sólo se han complicado. Pensar el futuro ahora es difícil, sobre todo después de enfrentar las múltiples decepciones que trajo el fin de siglo.

La "Utopía" de Tomás Moro puede que en este momento nos parezca inocente y un poco aterradora, de la misma manera que "La República" de Platón nos puede parecer sumamente injusta, sobre todo tomando en cuenta que fuimos criados en esa quimera llamada democracia; la cual, al discipulo de Sócrates, lo llenaba de desconfianza.

Y qué es la Ciencia Ficción sino el género de las utopías; tan terribles como esperanzadoras. Supongo que soñar con el futuro en los años sesenta era mucho más fácil que imaginarlo ahora. Cohetes espaciales, la vida en otros planetas, los peligros de la genética y la presencia de robots que ponen en duda la unicidad de "lo humano" ya no nos convencen.

La vida en Marte, la inteligencia artificial y la genética son temas que perdieron su lustre al volverse inminentes y poco espectaculares. Qué aburrida ahora es la tal ovejita Dolly, cómo sirven de relleno en los noticieros las últimas noticias sobre la Base Espacial Internacional, o cuánto aburren a nuestros preparatorianos esos videos de Neil Armstrong caminando sobre la Luna. La Ciencia Ficción del pasado siglo ahora es nuestra realidad y, siendo honestos, no era tan emocionante como pensábamos.

Sin embargo, esas obras que invitaron a soñar a generaciones y que ahora se dejan como tareas tediosas en las escuelas, serán las bases firmes para la nueva Ciencia Ficción, esa que ya no sólo tendrá como protagonistas a los avances tecnológicos, sino que también seguirá abordando estas cuestiones sociales tan complicadas como la tolerancia religiosa, la inequidad de géneros, la aceptación de diversas formas de sexualidad o la tensión entre las naciones.

No creo que la Ciencia Ficción esté muerta, creo que tan sólo está en un periodo de inflexión, repensando sus temas, repensando sus estrategias y preparándonos las sorpresas que nos harán soñar en este convulsivo siglo XXI.

7.2.09

La Muerte De La Vida Tal Como La Conocemos (I)

©2009, Carlos Alberto Limón |

Es buen tiempo para los buitres.
Una buena temporada para vivir de la carroña y el despojo. Un excelente pretexto para existir, intelectualmente hablando, en la podredumbre de la conformidad, del “día con día”, en el estrecho (estrechísimo) marco de visión al que nos tienen sujetos el marketing-de-todo y la televisión, por muy flat y de 50" que tenga la pantalla.
A últimas fechas se ha puesto de moda la muerte. La muerte de las ideologías, la muerte de la historia, la muerte de la literatura, la muerte de la economía y de sus sistemas, la de internet, la de los chats, la de los blogs, de la música, del sexo, de la ciencia y de la ciencia ficción; incluso, si me permiten ser solemne, la muerte del taco con manteca y sal.
En fin, la muerte de todo. Y con esto no me refiero a las posturas neo-neo-neorománticas o nihilistas derivadas del dark y el punk que tanto gustan a los adolescentes, ávidos de individualidad, buscando los mecanismos que legitiman su conducta para formar su personalidad adulta a futuro. No, lo que se nota es un desencanto general, un agotamiento de fórmulas y estilos, una opacidad en la forma de vivir, de sentir, de disfrutar… vamos, pues, de crear. Y es una condición que afecta a todos por igual, sin importar clase social, raza, sexo, preferencia, país de origen o grado de desarrollo de éste. Es como si viéramos por primera vez en muchos siglos nuestra condición de animales (a secas) desnuda, brutal, cruda, sin condimentos. Nada más. Que después de todo somos otro ecosistema más, dispuestos a comer o ser comidos, a reproducirse lo más posible, ocupando el nicho más alto en el trayecto de la vida; pasajera y veloz, eso sí. Y quedarse ahí lo más posible, para salir sólo con los tenis por delante.
Como un prototipo de juegos de VR.
Es cierto, se me responderá que era necesario (justo y necesario, diría) deshacernos de las ideologías, de dogmas, de creencias y religiones, de todo ese ropaje andrajoso, lleno de pulgas mentales y piojos espirituales con el que se nos tenía prisioneros. Es cierto, estuve ahí para pedirlo también. Lo que no pedimos (y no supimos ver) es esta desazón que ahora invade las nuevas generaciones y emponzoña a las precedentes.
Es mundial. Pero no es eterna ni irreversible esta condición.
Una condición que inició con el fenómeno económico (en un principio) denominado globalización en la década de los setenta; un fenómeno que finalmente se extendería a las demás esperas del conocimiento, incluyendo la política, así como la artística. Una condición de la existencia que, a falta de un mejor denominativo, describe y resume Jean-Françoise Lyotard en su contundente La Condición Postmoderna desde el aspecto epistemológico y discursivo.
No se puede decir que este sea el mejor ni el más fácil ejemplo para mostrar lo árido que se volvió el mundo a partir de los años ochenta, con el surgimiento de la tecnocracia y su miríada de acólitos “tecnoides” con estupideces tan carentes de sentido, fuera del contexto industrial como “la calidad total” o el “just in time”, que trataron de trasplantar a todos los ámbitos de la vida (en muchas sociedades no precisamente industrializadas también) con calzador la mayoría de las veces. Una opción que muchos vieron con espíritu esperanzador ante el declive de las “grandes” ideologías rectoras y sus sistemas político-económicos representativos que dominaron gran parte de la segunda mitad del siglo XX, con el fin de los estados-nación como rectores de sus economías y sociedades a las que representaban.
Un panorama nuevamente resumido con acierto por Francis Fukuyama en su controvertido El Fin de la Historia, a principios de la década de los noventa, pero que dejó, a final de cuentas, más desencanto para quienes no vieron las posibles opciones que pudieran surgir de este “interminable reparar técnico” que sería nuestro mundo a partir del fin de la Historia (así, con mayúscula). Sólo nos quedó un mosaico de historias locales, creencias exóticas de varia naturaleza y religiones oficiales compartiendo espacio, poses más que posturas políticas, moda y consumismo “fast track” mezclados sin orden ni dirección; individuos-mundo en un “aleatorio movimiento browniano”, señalado no sin cierta ironía por Jean Baudrillard en su A la Sombra de las Mayorías Silenciosas. Mezclas, ideologías “moda” y falso sentimiento de libertad total , sólo “tutorados” por la técnica, el industrialismo globalizador rapaz, los mass media (que educan no educando), así como por una “sociedad del conocimiento”, que no termina de cuajar en ningún lado que no sea el monetario, es lo que tuvimos como resultado de casi veinte años de caída libre en un informe tablero neodarwinista de este híbrido de fin-inicio de siglo-milenio.
Donde todo no está completamente vivo, pero tampoco parece haber muerto para descomponerse y, con ese humus, ese sustrato, dejar que surja algo nuevo. Es, para horror de los cristianos, el crepúsculo, el purgatorio perpetuo, peor quizá que el mismo infierno. Y si bien no nos hemos enfrentado a la nada, en su calidad de singularidad desnuda, la vemos representada como una serie de brotes de personalidades-ideologías-modas de efecto y naturaleza efímera, que surgen extinguiéndose prácticamente todos los días; excrecencias sustentadas en un sólido monetarismo, un consumismo inagotable, un capitalismo caníbal omnipresente y un torrente de conocimientos e información sin origen ni dirección. Todo esto, al mismo tiempo, sostenido por una in-mensa mayoría de oprimidos, de tristes silenciosos y jodidos que no tenemos otra opción que tener un “trabajo decente” (o algo que se le parezca) para no morir de hambre o, mejor para ellos, simple y sencillamente, morir.

5.2.09

Los Zombis En El Séptimo ¿Arte?

© 2009, Eugenio Zigurat |

Dicen que lo peor es empezar con una pregunta, pero de dónde si no, nacen las búsquedas, los análisis, todo escrito.
Esta, se supone, es una revista preocupada por el arte... ¿Entonces por qué hablar de cine de zombis?
Y si a esas vamos ¿por qué hablar de cine?
Nadie podrá discutirme un hecho simple: el cine no figuraba entre las artes de la cultura de la Edad de Bronce. Vaya, ni a musa llega. ¿Quién fue el idiota que sugirió que el cine era el séptimo arte? Supongo que el mismo que aseguró que éste reúne a un puñado de las artes helénicas, lo que no demuestra su valor, sólo el afán de hacer licuados.
¿Y qué clase de idiotas siguen creyendo que las únicas artes válidas son las que fundaron los griegos?
Ahí está Wikipedia, si quieren respuestas literales (sin pretender con esto, demeritar el valor de la Wiki o de cualquier enciclopedia. Pero hay que ir más allá). Vaya, hasta la enciclopedia Británica pueden intentar, si quieren respuestas oficiales.
A La Langosta le valen sombrilla las respuestas oficiales y a mí todavía más.

El Cine Y El Arte
Si arte es sólo lo que hacían los viejos griegos, entonces estamos fregados y somos una cultura retrógrada. Cosa nada novedosa. Ya McLuhan lo advertía al asegurar que nuestro conflicto es que estamos necios con resolver problemas nuevos, con métodos viejos. Ya Umberto Eco dividía a la cultura entre apocalípticos e integrados, adjudicando la primera etiqueta a todos aquellos tradicionalistas, inerciales que se escandalizaban con las variantes de las artes, que pedían todo al viejo estilo; o sea, a su estilo.
En otras palabras, desde una perspectiva apocalíptica, ningún cine puede ser arte; por más que directores franceses, y de algunas otras regiones europeas y hasta rusas, le hayan bajado la velocidad a sus cintas y se complacieran en mostrarnos diez minutos de una vieja con cara de fuchi mirando una taza de café sólo para decirnos que estaba melancólica o aburrida. Cinco minutos de sets deficientes tratando de mostrarnos el realismo claustrofóbico de una estación orbital en torno a Solaris. Y ejemplos como estos, a puñados, aunque haya pintores que aún aseguren que 2001 de Kubrick es un lienzo en movimiento... Siendo sinceros, nada de eso hace que una película sea artística.
Desde una perspectiva integrista, a-inercial, co-acelerativa, llenar de efectos especiales y hasta sustituir a los actores por seres de polígonos, tampoco le aumenta prestigio.
Como se dice por estas regiones: "ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre".

Cine de Zombis
¿Qué de artístico puede tener? ¿Si Kieslowski (el de la trilogía Tres Colores. Azul, Blanco y Rojo) hubiera filmado La noche de los muertos vivientes, con mostrarnos los patrones artísticos de las salpicadas de sangre durante diez minutos, la cosa habría cambiado?
La respuesta, a menos que mis cables estén completamente cruzados, es un rotundo NO.
Peter Jackson podrá ser ganador de Óscares, pero aún no se le considera un Buen Artista, sólo un buen negocio. Y ni en ese rubro ha entrado su película de zombis.
Las películas de zombis son una categoría fílmica que opera como antídoto de lo zomby, por eso los zombys de la academia jamás podrán validarlas. Por eso y por lo principal: su innovación descarada que no atiende (en las buenas obras) a los convencialismos de las filmografías de modé.
Cierto, hay pocas películas de zombis que sean íntegramente buenas. Son para verse en pantalla grande, con palomitas saturadas de salsa búfalo y re-verse como las XXX, con el control remoto en la mano, buscando el nuevo hallazgo, las escenas candentes. Nada más.
En este sentido las posturas anquilosadas de los académicos son acertadas: son obras que no se sostienen en su conjunto, pero que en su panorámica ofrecen mucho más que un par de docenas de películas para zombys, es decir películas Hallmark, totalmente descafeinadas, peliculas HBO, ridículas y convencionales con tintes de sagacidad o películas para autobús o jet, obras políticamente correctas que se jactan de conocer el cine, metatextualizarlo para generar bodrios que mantengan hasta a un niño idiotizado, mismo que al final no tendrá una sola duda sobre lo que ahí pasó.
El cine de zombis no es complaciente, es agresivo, incómodo; es un cine para despertar del letargo; éste no necesariamente es agradable, puede ser indignado, asqueado, sarcástico, juguetón pero nunca inocuo.
Tampoco es un cine de superación personal; por más que jueguen a ser inteligentes sus argumentistas, sus directores, nunca pretenderán ofrecernos la clave del mundo, la solución definitiva para acabar con los problemas humanos, aunque siempre pongan guiños, jueguen el viejo y eterno juego de descifrar enigmas.

Lo Que Dicen Las Películas de Zombis
Lo dicen en cada escena, en el ritmo borrego de los infectados buscando transformar a todos aquellos que no son como ellos. No porque estén convencidos de que su condición es la mejor, la óptima. Sólo por inercia. Por la inercia que da el hambre, esa pulsión sin motivo (pues la saciedad es un límite que desconocen) que quiere más y más, aunque en esa búsqueda acaben con todo.
Pero, como bien saben, los zombis son la masa indistinta, la ola ciega que arrasa el mundo como lo conocemos.
Los héroes son los humanos y lo que muestran sus conductas completa el esquema, el discurso del cine de zombis: los humanos NO son héroes, son seres con distintos umbrales de dolor que a final de cuentas los llevan a revelar sus verdaderas esencias de frente al acorralamiento, al pulso de su instinto de supervivencia, traicionando en el proceso toda su aparente y previa personalidad.
¿Acaso puede ser más clara la metáfora? Los zombis, esa ola de cuerpos podridos, representan el avance del progreso. Nada más y nada menos. Y los héroes, los pocos que se oponen a la ciega transformación de su mundo, las víctimas de su negativa a dejarse envolver por la masa borrega.
Todo lo anterior, sólo en el buen cine de zombis, porque hasta los zombys han caído en las garras de este género por las jugosas regalías que parecen prometerles (American Zombie es un claro ejemplo) y han incursionado con bodrios que atienden a las constantes de este tipo de filmografías y las siguen como si fuera el canon occidental o un manual para hacer telenovelas, con lo que terminan generando peliculas zombys, intragables bodrios con escenas ya más que vistas, nula crítica social y cero innovaciones argumentales.

Peliculas Zombys vs Películas de Zombis
Las películas zombys aseguran una cosa básica: ahí se habla de la "vida real", de lo que en verdad vale para un ser humano, aunque sólo sea válido para los de estatus zomby. Sus temáticas, pues, están basadas en la supuesta "realidad" consensual: esa que transmite día a día el televisor, el noticiero, los periódicos con sus categorías irritantes y, peor aún, los reality shows (que de real tienen lo que yo de marciano) que se jactan de sólo hablar del mundo palpable. O sea, de la sociedad de consumo.
Un zomby, por ende, aborrece todo lo que no hable de sus centros comerciales, sus competencias adquisitivas, su lucimiento de personalidades a través de las porquerías que llevan encima.
Un zomby, luego entonces, suele clasificar de fantasiosa toda cosa que no haga referente conciso a su "yo y su circunstancia". Para un zomby, incluso, las noticias sobre guerras y asaltos y secuestros, quedan en el apartado de "lo que les pasa a los pobres" o, peor aún, "a los pecadores".
Exiliados del mundo, alienados por la sociedad de consumo, los zombys sólo aceptan las ficciones que alienten su forma de vida, que justifiquen sus desempeños diarios. Obsesionados con sus relatos de la vida rosa, no desperdician momento para mostrar sus aspiraciones aristocráticas. El paradigma básico de sus argumentos, en este sentido siempre será Cenicienta, en sus múltiples y posibles variantes. O bien es una chica o un chico que descubre (variante 1) tras innumerables pruebas su original sangre azul que una conspiración que sus envidiosos y conspirativos pares le arrebatara casi en la cuna o, un chico o chica, de pasados dudosos (de clase media debido a un vuelco del destino, no necesariamente conspirativo) (variante 2) demostrará la viabilidad del sueño americano y a través de sus profundos valores morales, urbanos y su indómita capacidad de superación ascenderá vertiginosamente en la escala social hasta ser considerado un par. O (variante 3) será el ascenso (sueño americano a la mass media) de uno de estos mentecatos al estrellato gracias a las amplias aperturas mentales de los rectores de la escena, siempre dispuestos a encontrar diamantes en bruto en meseras, jugadores colegiales de algún estúpido deporte o, lo más nuevo, participantes de un reality show... y así, hasta el cansancio y la ridiculez... Una que incluso superan cuando se ponen escapistas y transforman a la ciudad en una enorme pista de baile de perfecta coreografía (en efecto, como ya lo sospechaban, esos de Michael Jackson eran zombys, no zombis) y súbito soundtrack omnisciente llegado por obra y gracia de su zombyficado dios en el momento más oportuno y climático.
Esa zombyficación ha echado tal clase de raíz que ninguno de los zombys (o aspirantes a) cuestionará ni un segundo la viabilidad de lo ahí relatado; no, en lo absoluto, de hecho, empezará a soñar a ojos abiertos con el momento en que esa relatoría pase a formar parte de sus memorias y lo catapulte a ese estado de gracia donde abundan la belleza, la elegancia, los grandes despilfarros en fiestas donde se codearán con las grandes personalidades, en vacaciones lujosas a lo largo del mundo, en...
¿Cómo, pues, podría aceptar un zomby la antítesis misma de lo que añora?
De ninguna.
El cine de zombis niega pleitesía a la sociedad de consumo, la ridiculiza a grados extremos al mostrarnos la ausencia del color rosa, al afirmar lo frágiles y animales que seguimos siendo hoy en día no sólo a través de ese ciego avance de la carne idiotizada, sino a través de la inutilidad de nuestros actuales y desenfocados esfuerzos en aras de un progreso que ha olvidado las razones mismas de su ingenio: proteger al hombre, cuidar de él; a través de ciudades, construidas en torno a fantasías glamorosas y frágiles que ni siquiera servirán de barricada a los sobrevivientes. A través de la muestra, siempre presente, de conductas, valores e ideales que se rompen, se transtocan con la llegada del miedo hasta dejar como único supervivente una ruina humeante, tan, pero tan parecida a lo que pasa hoy en Wall Street y en toda la economía mundial.
Quizá en este sentido, las películas de zombis no constituyan el mejor remedio, pues su estrategia cree en la terapia de shock, cree en el despertar de la paranoia creativa, cree en el humano; por eso lo critica y se niega a consecuentarlo.
Por eso yo me quedo con el cine de zombis y escupo sobre el de zombys.
Pero claro, esa es mi perspectiva, la de un convencido antizomby.

PD.- Ah, sí, conste que advertí: ya hay películas de zombis hechas por zombys; la mera inclusión de zombis en una cinta no la hace buena. ¿Listas? ¿Las diez mejores? Ya muchos se ocupan de eso, basta darse una vuelta por la Wiki o preguntarle a Google. A mí no me den lata, sólo arriésguense, ese es uno de los primeros pasos para dejar de ser zomby.
Puebla Capital, 2009


31.1.09

El Espíritu De Lo In-Dependiente

©2009, Yussel Dardón |

Es preferible pensar que en algún lugar de ese vasto
y complejo espacio que se conoce como cultura,
existen escritores que no se reúnen en torno
a ninguna visión unitaria del mundo
y que practican su oficio a veces en la obscuridad
y a veces en la luz de los medios.
Guillermo Fadanelli


Primera Reflexión, primera
¿Han visto a Frida Pop Star luciendo sus mejores trazos en el costado de los tenis Converse? La imagen de Frida, que en la escala de identidad cultural mexicana semeja a la Virgen de Guadalupe o a María Félix, representa el juicio de in-dependencia. Lo independiente es lo in. El pastiche depende del sentido “contracultural”. Lo pendiente es ser cool. Independiente, don´t worry be happy, be In-dependent.

Segunda Reflexión, segunda
El prefijo in es estar dentro de… The man in the box es una canción de Alice in Chains. Las cadenas de Alicia dependen de ella para existir. Todo es según el cristal con que se mire. El cristal es in-necesario. Dentro de lo necesario está el espíritu. También fuera de él. Ser independiente es lo de hoy. Ser in-dependiente es más lo de hoy. La In-dependencia no se ha consumado. ¿Entonces, cuál es el sentido que pende de la independencia, será la in-dependencia o el sentido in de depender y pender de algo?

Tercera Reflexión, tercera. Comenzamos
En su libro El periodismo cultural en tiempos de la globalifobia, el editor de Replicante, Rogelio Villarreal, continúa una polémica iniciada por el director de la revista Generación, Carlos Martínez Rentería. La disputa se origina, según palabras de Villarreal, por lo que Rentería llama “sentido contracultural”. Carlos no entiende, según la explicación de Rogelio, que Replicante se venda en los Sanborns, siendo estas cadenas parte del emporio Slim; Villarreal por su parte, extiende su visión crítica y mordaz sobre el tema, señalando que publicaciones como Moho o la misma Generación se distribuyen por medio de Educal, el sistema de librerías del Estado. Señala también lo “sabido por todos”, que Generación subsiste con becas proporcionadas por el Estado y cita, exitosamente, al tijuanense Heriberto Yépez: “Al cabo hay becas del Fonca hasta para los hoyos fonqui”. La exposición de Villarreal abre el tema de lo alternativo en cuanto a las revistas culturales, sobre el sentido de independencia que los lineamientos editoriales, se supone, deben tener.
No cabe duda, por ejemplo, que Generación es una revista alternativa o como ella misma se define, contracultural; tampoco cabe omitir que Replicante es una revista independiente, alternativa y aunque a juicio de definiciones que pasan desde los neologismos hasta las regresiones semánticas de los sesentas, contracultural.
Pero ¿qué es entonces, si estas dos grandes publicaciones que distan entre sí, según contenidos o imágenes de las mismas, lo que nos permite acuñarles el término “alternativo”? Creo, sinceramente, que es el grado de independencia que mantienen, el compromiso con su línea editorial sin permitir que dentro de ella se origine la censura, pues las publicaciones, éstas u otras, tienen el derecho de rechazar un artículo por su contenido pero jamás porque alguna estructura ajena al equipo de dirección de dichas publicaciones, censure como condicionamiento de apoyo moral o económico.
La independencia editorial es, a fin de cuentas, el sentido y juicio crítico que se mantenga al interior. Honestidad dirían unos. La independencia muestra, o debe hacerlo, una obra crítica, ya sea hablando sobre la cultura establecida o aquella que subyace fuera del parnaso, pues tanto es permisible criticar y exponer la obra de Volpi, Fuentes, Camín o Mastretta como la de Samperio, de la Borbolla, José Agustín o Zapata; la de Mario Bojórquez y Palou o la de Julián Herbert y Heriberto Yépez.
La revista independiente genera mecanismos a su interior que le permiten subsistir mediante su propia línea editorial, es decir, que la visión estética que de ellas se desprende, tiende a ser reflexiva y no depende del número de patrocinadores o de becas, y sí de su sinceridad jamás censurante, pues les es bien sabido que la censura no se origina exclusivamente en publicaciones institucionales o con un viso de operatividad federativa, sino en publicaciones cerradas a la crítica y reflexión. Derecha, izquierda, centro… si es régimen político, no necesariamente partidario, el que rige los espacios de difusión y por contar éste con una estructura lineal, siempre existirá el control. La dictadura de las letras.
La independencia pues, no está peleada al éxito comercial, por llamarlo de algún modo, de hecho, la independencia puede perfectamente convivir con los mass media, siempre y cuando no se institucionalice, es decir, que el espíritu siempre siga oliendo a frescura y no a una visión rancia de la cultura. Smells like independent spirit.
La raíz de lo independiente debe recaer en manifestaciones genuinamente comprometidas.
Todo pasa por la actitud, los orígenes y objetivos, por el compromiso con la creación y difusión, en el caso de las revistas.
La independencia debe existir como oposición al orden establecido, con una intencionalidad definida, comprometida con la modificación y alejada del solapamiento.
La independencia debe ser la última frontera del impulso revolucionario de orden estético.
Un sentido Independiente no surge por publicar un fanzine, aunque estos por su calidad emergente representan un punto de independencia económica, no surge por mentarle la madre a un decadente sistema político-cultural, no se da por prender veladoras y sacrificar Budweiser frente a una imagen de Bukowski o Fadanelli o meterse gramos y gramos de coca o ketamina, sino por el rigor y seriedad de sus criterios editoriales ajenos a la intromisión de terceros, y con esto me refiero a la institucionalidad.

Entretelones
Lo independiente sufre de in-dependencia, le atacan los órdenes mediáticos que institucionalizan la mayoría de las manifestaciones culturales y artísticas. La neocultura de la in-dependencia se ha desarrollado de tal manera, que la independencia aparenta una moda, un discurso, una etiqueta y no una actitud. La esencia de lo independiente radica en la no intromisión, en el no solapamiento, en la no reproducción de obras de nula emotividad.
La independencia debe asumirse con todas y cada una de sus malditas consecuencias.

30.1.09

El Extraño Encanto De La Muerte

©2009, Alejandro Badillo |


Aquí yace Molière el rey de los actores.
En estos momentos hace de muerto
y de verdad que lo hace bien
Epitafio en la tumba de Molière

Hay imágenes que marcan cierta etapa de tu vida, que vuelven a ti, como una advertencia de que hay cosas de las que te empiezas a dar cuenta y que después ya nada volverá a ser como antes. Recuerdo a un anciano caminar todos los días por la calle donde vivía, yo me preparaba para ir a la escuela y lo veía pasar, caminando trabajosamente frente a mi ventana. Era familiar de una vecina, y por oídas sabíamos que estaba de visita. A pesar de tener poco tiempo de verlo, me fui acostumbrando a su andar lento y su bastón tembloroso. Admiraba su constancia de levantarse temprano para caminar hasta la tienda y comprar pan o huevo. Un día ya no salió, pensé que había regresado a su hogar, después me enteré que había muerto. Esto de lo que hablo quizá no tenga demasiada relevancia, mucha gente muere todos los días. Sin embargo, esa muerte fue especial para mí, tenía alrededor de unos doce o trece años, a esa edad uno ya tiene conciencia de que la muerte es algo inevitable, como un reloj de arena que corre lentamente y que algún día estará vacío. Lo relevante era que yo no conocía a nadie que hubiera muerto, ni un familiar, ni un conocido, me consideraba afortunado de no tener que lidiar con tales cosas. Mi contacto con la muerte era lejano, y eso me mantenía en una burbuja, en un mundo artificial, que se vino a derrumbar con un anciano del que no conocía ni siquiera el nombre, una persona a la cual el único vínculo que me unía, era verla pasar por mi ventana. No sentía tristeza, ni alegría. La muerte del anciano, en vez de quitarme algo, me regaló un vacío que sabía nunca iba a desaparecer.

Dicen que el gran problema de la muerte no es ella, sino la actitud del hombre ante ese sueño irreversible, ese cerrar de ojos para siempre. En todas las culturas del mundo la muerte va acompañada de ritos funerarios, la mayoría de ellos bastante elaborados. Estos funcionan como un conjuro contra la muerte, una manera de disfrazar el temor ancestral ante lo inevitable. Para ilustrar la sobrevivencia del alma, la religión cristiana se ha valido de muchos recursos: las escrituras interpretadas como paraísos, infiernos, purgatorios, atroces castigos para los pecadores y la salvación para los fieles. La salvación es un punto fundamental en la doctrina cristiana, asegurar la vida eterna, una promesa jugosa que en la Edad Media se comercializaba con indulgencias. La promesa del evangelio era literal: el cuerpo volvería a ser carne. San Agustín afirmaba que “cada cabello caído durante la vida y cada uña cortada serán restituidos en su totalidad, aunque de modo invisible, en el nuevo cuerpo celestial”. La religión cristiana, es una religión de sobrevivencia.

Otro concepto acerca de la muerte es el que tiene el budismo. En este, no hay cabida para infiernos, ni paraísos dantescos. Es la reencarnación, la rueda de la vida (samsara); en ella la existencia es una escuela para aprender: las lecciones son duras, la muerte es sólo una transición, un nuevo nacimiento. Esta idea de la muerte como liberación puede llegar a ser tan tentadora que la naturaleza ha tomado sus precauciones y ha instalado en el hombre el miedo a morir como un enorme cerrojo, que impide que haya suicidios masivos de gente que trata de huir de las difíciles pruebas de la existencia.

El temor de la muerte tiene mucho que ver con su constante presencia, con verse reflejado en ella, en un espejo macabro. En la Edad Media, durante las pestes, la muerte era vista como un castigo divino al comportamiento pecador de la humanidad, era común que diezmara a más de la mitad de muchas poblaciones. En el "Diario del año de la peste", de Daniel Defoe, se narra cómo los muertos eran enterrados con rapidez, la gente quería deshacerse de ellos lo más pronto posible, incluso familiares abandonaban a sus parientes. Los encargados de sacar los cadáveres eran llamados “cuervos”, y se contaba historias terribles de ellos, que mezclaban gente moribunda con los muertos, y aprovechaban para robar en las casas donde eran llamados. Ante una amenaza constante que pendía sobre sus cabezas, la gente tomaba direcciones opuestas, desde los que seguían el consejo de los sacerdotes que recomendaban un total ascetismo, templanza y continuos rezos, hasta los que se entregaban a la bebida y el desenfreno puesto que ya nada importaba.

La muerte es efímera, llega con su guadaña y cercena vidas con rapidez; pero a pesar de su eficacia, no es perfecta, porque deja un gran problema: abandona un cuerpo vacío, unos ojos sin movimiento, relegado todo a una lenta descomposición. Deja una nota cruel e irónica de que somos materia y que a pesar de todos los avances tecnológicos seguimos sujetos a sus reglas. Entonces el hombre se enfrenta a tener que separar el concepto de alma y cuerpo; para el último adiós, a los muertos se les viste con elegancia, se les maquilla para que estén presentables, les juntan las manos en el pecho con los dedos entrelazados, como si fueran a rezar eternamente. Otro aspecto que ha olvidado la muerte dejándonos un envase vacío es el morbo que provoca, la contradictoria fascinación de ver el cuerpo humano en su estado más difícil de asimilar. Francisco González Crussí relata que a fines del siglo XIX, atrás de la afamada Catedral de Notre Dame, en París, se ubicaba la morgue municipal. Este recinto abría sus puertas a la multitud que se acercaba a contemplar la muerte de cerca. Era un verdadero espectáculo que llegaba a todas las clases sociales, y los mejores lugares siempre estaban peleados. Refiere: “Verdaderas multitudes de espectadores se apretujaban contra los cristales; se indignaban cuando las planchas estaban libres y no había muertos que contemplar; insultaban al encargado cuando, debido al gran número de asistentes, se les instaba a circular; vociferaban su enojo cada vez que, habiendo esperado mucho tiempo, llegaba la hora de cerrar. ¡Apenas lo dejan a uno ver!, ¡qué fastidio!, ¡siempre la mala organización!”.

La mirada obsesiva al cuerpo, ese no querer ver pero voltear continuamente a lo misterioso e indescifrable, aunque sea sólo un pequeño fragmento, un atisbo de lo que somos. No se puede negar la curiosidad humana, la gente que se amontona alrededor de un accidente es plena muestra de ello, los cementerios y las innumerables supersticiones que cobijan. Parecería que a la gente le gusta coquetear con la muerte. Ahora los noticieros se empeñan en mostrar más muertos en las pantallas, para elevar la audiencia, ante sucesos cada vez más triviales; le apuestan a la sensibilidad, a lo trágico. Pero ahora un cadáver televisivo se ha convertido en una imagen irreal, en un maniquí que cumple una función de escaparate. Ante la bombardeo constante de información llegan a diario noticias de muertos en accidentes de avión, en actos terroristas, en asaltos, pero en una sociedad cada vez más individualista, estos cuerpos sin vida nos son lejanos, nos afectan cada vez menos.

La muerte tiene muchas facetas, para mí el temor a la muerte no es a dónde voy a ir sino el miedo a una transición dolorosa, al sufrimiento, una despedida nada agradable. Dicen que la muerte más dulce es la que llega mientras se duerme, uno se interna en las tinieblas de los sueños para no volver a despertar. Me gusta pensar que moriré dentro de muchos años, dormido, después de haber presenciado un buen partido de futbol y de haber tomado un buen gin tonic. Pero sé que sólo es un buen deseo, la muerte es impredecible y uno de sus encantos es que puede deparar muchas sorpresas: la noche anterior a su asesinato el emperador romano Julio César había cenado en casa de Emilio Lépido y en el transcurso de la velada la charla había tratado del tipo de muerte que cada cuál prefería. César declaró que la deseaba rápida e inesperada. Al día siguiente, acometido por todas partes por puñales desenvainados, se cubrió la cabeza con la toga estirando sus pliegues con la izquierda, y así, ante esa defensa inútil, fue atravesado por veintitrés puñaladas.

29.1.09

El consumo de la ficción (¿Morirá la novela?)

©2009, Efigenio Morales Castro |

Cuando en 1985 , Joseph Hodara publicó en la revista Ciencia y desarrollo el ensayo titulado ¿Habrá literatura en el siglo XXI?, se apresuró a decir que Esta pregunta se inscribe en el cuadro de especulaciones más o menos inteligentes que buscan aguzar la sensibilidad “por lo que vendrá” . Antes de explicar a lo que iba a llegar, el sociólogo escribió también lo siguiente:
Haré primero una distinción entre la literatura como acto de escribir y la literatura como acto de leer.
Esta distinción —que no es nada nuevo— la hizo con la finalidad de sacar esa preocupación clásica de los intelectuales: preveer aspectos del futuro. En este sentido, afirmó que La literatura como el acto de escribir sobrevivirá; más adelante dijo: Pero no soy optimista respecto a la literatura como lectura. El remate de su hipótesis lo hizo al declarar que Infortunadamente, advierto señales y tendencias, en particular en América Latina, que me llevan a afirmar con razonable puntería que la literatura como lectura se perderá en el próximo siglo.
Preocupación justa pero fuera de la realidad.
Es cierto que en América Latina se está atravesando por una situación difícil. Incluso, desde antes que el doctor Hodara publicara su ensayo, países centroamericanos habían pasado la prueba de la pólvora. Pero los escritores seguían escribiendo, publicando, algunos huyendo de los gobiernos militares, pero estaban al pie de la pluma para darles qué leer a sus lectores.
Por otro lado, veinte años atrás, se había dado la discusión sobre la desaparición de la novela como parte de la escritura de ficción. Esto lo explica Antonio de Undurraga en un ensayo titulado ¿Existe la novela como género literario? , y que forma parte del libro titulado "Autopsia de la novela". De esta manera lo dice el crítico literario:
En enero de 1964, en una reunión de escritores habida en Barlovento (un barrio inconcluso de La Habana, planeado para turistas que viajasen con yates propios), el comentarista uruguayo Angel Rama habló sobre la posible desaparición de la novela. Cabría preguntarse entonces ¿cuál es el arte básico del siglo actual? A las personas a las cuales se les hace la pregunta titubean y no hallan con facilidad la respuesta.
Esta tesis, sobre el fin de la novela, también había sido tratada antes de ese encuentro de escritores. No es nada nuevo. Como tampoco lo es lo que la gente llegara a responder qué es el cine: el arte básico del siglo pasado (hermanito del actual; incluso, muchos somos hijos del siglo XX), el sustituto.
Tampoco Hodara llegó a imaginar, que veintidós años después, en vez de discutir la desaparición de la novela como género literario, se llevara a cabo una encuesta sobre las mejores novelas mexicanas de los últimos treinta años, es decir, de 1977 a 2007, ocho años atrás de cuando publicó su ensayo. Por cierto, fue la revista Nexos quien se encargó de la encuesta, cosa que hizo con puro escritor con años de carrera en el oficio, pero originando, a fin de cuentas, discrepancias en el método y en la selección.
De lo más interesante en cuanto a contracorriente sobre lo elaborado por Nexos, está un trabajo de José Joaquín Blanco titulado "La novela mexicana en las décadas del entretenimiento puro".
Después de realizar un recorrido sobre la novela mexicana, J.J. Blanco manifiesta que tal vez a los encuestados les parecieron muy jóvenes algunos novelistas y por eso (da a entender), no los tomaron en cuenta. Pregunta en dónde está la empatía generacional viva y polémica de los lectores de hoy, de aquellos que siguen a las plumas que consideran bien en el quehacer literario. Hace una lista de escritores jóvenes y maduros, diciendo de esta manera, ¿dónde están sus lectores? La lista que presenta, la hizo por orden alfabético.
Es cierto que la lista que presentó Nexos no es la última palabra, pero entendamos que la escritura de provincia está enterrada, escondida, y tal vez olvidada. En este sentido, no preocupa la desaparición de la literatura como acto de lectura. No, como tampoco lo es si se habla de treinta mejores novelas, por lo tanto, treinta mejores escritores. No. Tampoco esto es materia de preocupación. La verdadera preocupación es el olvido en que está la literatura que no radica en el DF, llámese novela, poesía, cuento o ensayo literario.
Pero volviendo al asunto de la desaparición de la novela como acto de lectura, debe llevar implícito a la novela como acto de escribir. Pues, ¿si no existe la escritura, qué es lo que se va a leer?
La particularidad del trabajo de J.J. Blanco, en cuanto a la novela mexicana, es esencial para entender al mismo tiempo el desarrollo universal de la novela, hasta qué punto puede caer derrotada y si es posible su desaparición. Pero, ¿de qué manera se puede hablar sobre su desaparición?
Fuera de los datos que Antonio de Undurraga da sobre las opiniones en torno a la desaparición de la novela, las suyas, en particular, no fueron nada alentadoras. Al contrario. Cuando escribió sobre los novelistas, su pluma encontró huecos en la literatura universal. Dostoyevski, Joyce y algunos otros de relevancia mundial, le parecieron mediocres. Por lo tanto, dio a entender que a pesar de tantos volúmenes escritos, no existía la novela como género. Al hablar sobre la novela mexicana, en 1966 escribió lo siguiente:
“Opina también Visión que según Carlos Fuentes, Pedro Páramo, de Juan Rulfo, es la mejor novela que se ha escrito en México. Nosotros sólo decimos que México no es patria de novelistas y que pocas veces hemos visto un fiasco mayor que la pretendida “novela” de Rulfo”.
Fracaso, desengaño e incluso hundimiento, es lo que nos dio a entender ese analista egocéntrico. Porque para él, en última instancia, nada tiene estructura de novela.
Entender que la novela es casa de una parte de la vida, en donde se amamantan personas y no símbolos y éstas realizan su andar, es decir, su historia, con las particularidades y existencia de cada uno de los personajes, es estar en la estructura del género.
Forster escribió que Todos estamos de acuerdo en que el aspecto fundamental de una novela es que cuenta una historia... Para argumentar más adelante que ...el hilo conductor de una novela ha de ser una historia. Pero la historia como suceso temporal, en el sentido de ver las particularidades de cada uno de los personajes, donde el lenguaje pueda tener la capacidad de recrear al lector. En este sentido, ¿Pedro Páramo es o no una historia?
Para ser una historia, debe existir vida en ese mundo retratado por el novelista. Por algo Henry James escribió que La única razón de ser de la novela es que pretende representar vida. Pero con estructura, con el uso temporal y de espacio de cada uno de los novelistas con el estilo particular que los caracteriza. Por eso, es necesario hurgar los caminos que puede seguir la novela para su posible desaparición.
Sabemos que la novela cuenta con sus personajes, ya sea el o los protagonistas, los secundarios y los incidentales; y también tienen sus voces narradoras. En este sentido, su función como obra de comunicación es un tanto especial. En la novela es el cómo, no el qué. Por eso, cuando Antonio de Undurraga manifiesta que La experiencia nos demuestra que la novela al uso es similar al periodismo, a la escritura periodística, podemos pensar que ese puede ser uno de los caminos para discutir su desaparición. Dije discutir, no aceptar. Sin embargo, el concepto periodismo es general, porque dentro de él se encuentra la nota informativa, la crónica, el artículo de fondo, el reportaje etc.; en la novela no, pues como obra literaria mantiene su estructura definida, independientemente por dónde quiera inicar el novelista: inicio-nudo-desenlace, nudo-desenlace-inicio, desenlace-nudo-inicio, nudo inicial. Por eso Oscar Tacca tuvo razón cuando afirmó que La novela, más que un modo de ver, es un modo de contar. Así de sencillo y así de complejo al mismo tiempo.
El pensamiento de Undurraga, hasta cierto punto, es un puñal en contra de la novela. Con esa opinión, fácil la mató en su manera de ver el desarrollo novelístico.
No entender la dialéctica de la novela es no comprender su desarrollo histórico de acuerdo al periodo que le toca vivir. Porque en cada momento temporal, es distinto el universo de la historia y el universo del lenguaje, como un todo, como el desarrollo mismo de la novela.
A muchos escritores les preocupa el destino de la novela, incluso algunos dicen ver su muerte, pero no en el sentido de desaparición como género, sino como una guerra que le declara todo el sistema político-económico imperante. Es interesante la opinión del novelista Milan Kundera en torno a este fenómeno social-literario. Él escribió lo siguiente:
Se habla mucho y desde hace tiempo del fin de la novela: fundamentalmente los futuristas, los surrealistas, casi todas las vanguardias. Veían desaparecer la novela en el camino del progreso, en beneficio de un porvenir radicalmente nuevo, en beneficio de un arte que no se asemejaría a nada de lo que ya existía. La novela sería enterrada en nombre de la justicia histórica, al igual que la miseria, las clases dominantes, los viejos modelos de coches y los sombreros de copa.
Más adelante afirma:
Pero no quiero profetizar sobre los futuros derroteros de la novela, de los que nada sé; quiero decir únicamente: si la novela llega a desaparecer, no es porque esté completamente agotada sino porque se encuentra en un mundo que ya no es el suyo.
En esto, Kundera tuvo y tiene razón.
La novela, en su tránsito por el camino permanentemente espinoso que le tocó atravesar, ha tenido que cambiar de piel de una manera camaleónica para poder adaptarse y sobrevivir. Siempre ha sido así desde que fue parida. Lo que sucede en la actualidad, es que algunos escritores han perdido el encanto por la vida, otros se desesperan al ver que los hechos sociales han rebasado a la ficción como manera de mostrar al mundo. En este sentido, el novelista tiene que buscar nuevas alternativas o formas o estructuras, o como se le quiera llamar a esa escritura que, en el fondo, es la novela.
Desde los años sesenta, esta preocupación comenzó a darse en los Estados Unidos de Norteamérica. La fusión del llamado periodismo objetivo y la ficción dio lugar a lo que Truman Capote denominó La novela de no ficción. Esto no es nada extraño. El desarrollo del capitalismo en grandes monopolios, el alto grado de desigualdad social, pusieron a los escritores entre la espada y la pared. Sin embargo, esta nueva forma de narrativa tiene razones importantes de existir. En primer lugar, porque se rompe con la forma del periodismo tradicional, ya no se redacta de manera superflua, sino que se le da un ingrediente estético-redaccional; en segundo lugar, la novela de no ficción logra que el escritor vea su realidad en cuanto a su relación con la sociedad en que se desarrolla; dicha relación se da en torno a la producción de su arte; por último, las formas documentales sobre la ficción hacen que el novelista piense en torno al papel de la literatura, su misión y su trayectoria. Esto es muy diferente a como lo entendió Antonio de Undurraga.
Pero, qué es lo que puede morir, ¿la forma o el contenido de la novela?
Nada. Porque la novela es un camaleón hecho de letras, cambia pero no desaparece. Bien sabemos que desde el siglo dieciocho se habla de la muerte de la forma que tiene la novela. Atención a ésto: su forma, no la novela en sí. Incluso, en este siglo tiene dos rivales importantes que llaman la atención de los hombres: el cine y la televisión.
Puede ser que algunos piensen que, debido al gran consumo de la televisión (más que el cine), los lectores olviden poco a poco a la novela. Nada de eso, porque la palabra escrita también tiene una aliada: otra palabra escrita por medio de internet.
Esto es alentador, porque intelectuales como Marshall McLuhan, dijeron años atrás, que con la llegada de la televisión, la educación del hombre pasaba de los ojos al oído. La realidad nos dice que no ha sido así.
Por eso, las ideas de Undurraga y de Joseph Hodara en torno a la novela, no ayudan en nada. Son opiniones de letra muerta. La novela seguirá existiendo por una razón: porque debe seguir narrando al mundo de la vida. Independientemente de la forma que vaya tomando, la esencia debe ser la de la vida con su realidad.
Años atrás, cuando don Marcelino Menéndez y Pelayo redactó la introducción de sus Orígenes de la novela, escribió que:
La Celestina, obra esencialmente dramática, pero escrita para la lectura y no para la representación, no podía faltar en un cuadro de la novela, en cuyos progresos influyó de modo tan decisivo, y a la cual transmitió el poderoso instrumento de la observación realista y el arte insuperable del diálogo.
Y ésto seguirá en el transcurso de la historia de la novela.
A pesar de la diferencia de años, la observación y los diálogos siempre estarán en la redacción de la novela. No importa la forma,pero a fin de cuentas, es la esencia lo que seguirá importando. Por lo tanto, la novela seguirá viviendo sin importar la forma que adopte, con tal de seguir agradando a los lectores.

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