©2009, Gerardo Horacio Porcayo |
Ya lo estipulaba Pepe Rojo en su ensayo, la Nueva Carne es un concepto directamente emparentado con la CF. De ahí nace. Desde ahí partimos para utilizar el concepto como metáfora del cambio; del hombre sometido al devenir de un mundo que lo obliga a adaptarse.
Círculo vicioso. Los cambios que el hombre ha introducido en la naturaleza en pro de hacer del mundo un refugio más seguro, lentamente lo transforman.
Lenta o aceleradamente.
Philip K. Dick, en su mirada visionaria, siempre consideró que todo estaba a punto de ocurrir. Escribiendo en los 60’s, pronosticó grandes transformaciones para la década de los 90’s.
Las transformaciones están aquí, aunque no desde todos los ángulos que él enfocara.
Lejos han quedado los tiempos de los escritores sin límites. Hoy en día, cada vez con mayor asiduidad, un fenómeno resulta observable: los nuevos creadores prefieren la construcción de obras río. Novelas, cuentos entrelazados para proporcionar una mirada más íntegra sobre su mundo imaginario.
¿Quién es el principal culpable de tal concepción?
Quizá nunca lo sabremos. Tolkien con su Tierra Media en trilogía y hasta Silmarilión, C.S. Lewis con Narnia o el mismísimo Edgar Rice Burroughs con sus sagas Marciana, Venusina y hasta Africana. O quizá el mismo Robert A. Heinlein con sus crónicas de las familias de Lazarus Long o, de plano, Philip José Farmer y su saga de El Mundo del Río, incluso, puestos en ese exceso detectivesco, hasta Frank Herbert con su hipertrofiada heptalogía de Dune o Ursula K. Le Guin y sus imperios galácticos. A tal punto esto que en la foto podemos incluso atrevernos a enfocar a Anne Rice y sus vampiros, a la Rowling y su Potter... vaya, ya entrados en gastos, hasta el mismísimo García Márquez y su Macondo, Carlos Fuentes y su “realismo simbólico” e incluso Kundera (con levedades, ignorancias e inmortalidades de por medio), han caído en la tentación del “absolutismo mágico”, en la terca operación de querer llevar la labor de simples demiurgos de las letras a la de dioses poderosos de la narrativa, capaces de crear universos que, como modestamente pedía Dick, no se desmoronen a los pocos días de construidos, sino que permanezcan como modelos incontrovertibles de su plenipotencia escritural.
Autores que ya no escriben novelas independientes nacidas al amparo de una nueva experiencia cuyos precedentes no son necesariamente derivados lógicos de sus pasados argumentos. Libros coordenadas para trazar los mapas de universos ficticios, para construir historias coherentes de sociedades que no han pisado este mundo de forma física.
Que yo sepa el primer afán en este sentido proviene de Francia, de la pluma de Balzac y su esfuerzo totalizante (que no totralitario) de aprehensión de una realidad (poco variable, la del siglo XIX, en pleno realismo) social e histórica que hasta intituló La Comedia Humana.
Estos especiales intentos de coordinar las ficciones en un afán mayúsculo e interdependiente, insisto, ha traido como efecto colateral una suerte de angostamiento del campo de la imaginación.
Uno que, desde su pluma, Dick se encargara de ensanchar.
Aun cuando el señor de Berkeley bien puede ser señalado como uno de los grandes escritores que siempre terminan escribiendo la misma obra, también resulta más que justo y necesario reconocer su ánimo de absoluta libertad que le impidió seguir la construcción interminable de sagas y, por ende, se dio la libertad de trazar cuantas historias alternas con una misma problemática, creyera necesarias.
No es mi intención trazar una ceñida cronología de sus incursiones en la Nueva Carne, sino más bien, reseñarla.
Con La Lotería Solar, Dick se inició en la novelística y en ese tema casi obsesivo de los 50’s: los mutantes. Los hombres que han conseguido manejar sus percepciones extrasensoriales hasta tal punto que han dejado atrás la humanidad como conciencia y pasan a formar parte de sus titiriteros.
Semejante espectáculo es posible descubrir en The World Jones Made o como una suerte de subtrama en novelas como Ubik, Los Tres Estigmas de Palmer Eldritch o en variantes psicológicas planetarias como ese mundo hospital dividido socialmente de acuerdo a las enfermedades mentales que da esencia a Los clanes de la luna alfana.
Sin embargo, hay dos trabajos en particular que centran su mirada en la Nueva Carne. Dos ejemplos que a mí me resultan fundamentales. Intentar, por otro lado, un mapa preciso de las incursiones de Dick en la Nueva Carne, no sólo a través de su novelística, sino de su obra corta sería más propio de un largo tratado que de un simple artículo.
Nuestros Amigos de Frolik 8 lo hace desde una perspectiva aún esperanzadora a pesar del pesimismo que la constituye. El mundo ha sido fragmentado de manera contundente y sólo la Nueva Carne puede acceder a grandes puestos. Nueva Carne que el mismo Dick cataloga como "Nuevos Hombres". El protagonista, por supuesto, es un representante de la vieja humanidad, un pobre hombre que sobrevive a base de “tallar” llantas gastadas para darles la apariencia de nuevas. Y su horizonte, su futuro, no resulta nada esperanzador. Ni para él ni para su familia, ni, peor aún, para su hijo. La Nueva Carne se valida a través de grandes cerebros detrás de enormes frentes que no dejan duda sobre la calidad de su particular status. La nueva ley, el nuevo orden, queda a cargo de la Nueva Carne y sólo un evento externo: el regreso de un astronauta (Provoni, ciudadano de segunda clase) con los amigos de Frolik 8 será capaz de terminar con tan temido sistema de castas.
En este sentido, y aún apegado a su patrón de los 50’s, existe un relato más devastador, más terrible en su sencillez: The Golden Man, novela corta o cuento largo, traza la historia de una evolución por el sentido negativo, hacia lo involutivo; el triunfo de la Nueva Carne es completo cuando el protagonista, otro mutante, se muestra como un hombre anatómicamente perfecto (más allá de los efectos especiales al inicio que incluyen una mujer de ocho senos entre muchas alteraciones que parecen marcar el nacimiento de una generación de criaturas para el circo), pero sin inteligencia alguna. Su evolución ha corrido tal como lo exigen las leyes de Darwin y ha adaptado su sistema feromónico para transformarse en el macho más efectivo, en el especimen con mayor posibilidad de triunfo.
Pero no se trata de contar las historias, sólo el impacto que una prosa como la de Dick sigue causando en este blogzinero: mirando las tendencias actuales de la Nueva Carne, no cabe sino temer que esta evolución prosiga, sin menoscabo, sin héroe para frenarlo, por el camino del Hombre Dorado.
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