Harto. Mucho más que harto. La vida, la literatura, todo en pequeños paquetes llenos de tedio.
La burocracia no es un invento del hombre. Se la copiamos a la naturaleza o en todo caso a Dios. La niñez es el largo camino hacia el sexo. La adolescencia el papeleo, insolente.
Quiero al menos otra literatura. Una no polite. Una que no se ande salte y salte, como Tarzán por las ramas, siempre dilatando el momento orgásmico.
Quiero literatura contundente, pero tampoco esos concentrados estúpidos y deshidratados del minicuento.
Lo señalaba Porcayo en su pasado editorial, lo retomaba de McLuhan: utilizamos viejos trucos para resolver nuevos problemas.
El problema de la narrativa más que su falta de avance multimedia es su falta de actualización a nivel de simple ritmo, de velocidad.
No soy de los que consideran que los RPG para grandes plataformas sean la solución y el nuevo paso de la narrativa, la perfecta fusión lograda por la evolución y el tiempo.
No creo que las visual novels, suerte de animes o mangas más narrados con palabras que con imágenes o sonidos, sean la respuesta.
Creo que la cosa es simple: la literatura debería abandonar su falta de animosidad, su pleitesía a las viejas épocas, su estúpida necedad de repetir una y otra vez la misma tontería con el absurdo, abstruso pretexto de un falso árbol genealógico que evidencie su seridad y trascendencia.
Ya también lo señalaba Cortázar: resulta absurda la seriedad entendida como única y posible moneda de incomparable intercambio. Ergo: seriedad y realismo; revoluciones y conflictos sociales como única posible moneda.
Los tiempos del comunismo y la consciencia socialista han pasado; al menos en términos prácticos en este maldito occidente. Aquellas frases reprobatorias de: es literatura burguesa como si alguien no sólo se hubiera soltado un gas en pleno banquete en un restaurant de 5 estrellas, sino que con ello hubiera salido un interminable chorrillo, hace mucho desaparecieron de la faz de este asfalto, justo como los dinosaurios.
Malo, malo, malo...
Hoy el realismo es Facebook y las redes sociales, Gossip Girl y tantas otras absurdidades comerciales, la única realidad posible y digna de imitación. Vaya, ya hasta para ser escritor tenemos un modelo: Hank Moody, del mismísimo Californication. El mundo, el gran hermano, la tele y el internet lo están gritando: ¡no inventes nada, no seas original, usa nuestros gratuitos templates de personalidad!
Yo digo: ¡a la mierda!
Basta de rendir tributos al dios de lo plástico y lo artificial. La nueva carne jamás abandonará su aparador.
Yo quiero vivir, gozar.
Por eso vuelvo a la propuesta de una literatura viva, rauda, que narre los conflictos actuales con las herramientas más apropiadas.
La CF es una vía a ello. Pero una CF que tampoco se incline frente a los modelos de los grandes maestros, una que encuentre su propia vía, su cauce único entre la desesperanza, la global caída de los mercados y la insípida, casi incipiente, pero adictiva virtualidad.
Y basta por hoy.
Esta es una reflexión, un exabrupto hecho artículo que no pretende llegar a ser decreto ni manifiesto. Apenas una manera de dar la bienvenida a este número dedicado a la mayor fuerza humana conocida:
el sexo
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