©2010, Eugenio Zigurat |
No hay cosa más terrible, más inoportuna y sonrojante que una palabrita de cuatro letras: sexo.
Ahí, sin más, se concretan las diferentes, lás múltiples partes escandalosas de la sociedad. Si los genitales y la desnudez le espantan a la sociedad, lo que con ellos se hace o se consigue supera cualquier espectativa de escándalo. Lo único peor que la palabra, es el acto mismo cuando no se realiza en la intimidad del hogar, entre penumbras, con apenas una lamparita de emergencia o la vela titilante que no haga evidentes las vergüenzas de los participantes.
El sexo, a la vez, y paradójicamente, parece extirparse de todo anuncio de descendencia. Cuando se habla de embarazos deseados sólo hay júbilo, como si el mismísimo espíritu santo hubiera concluido sus trabajos con la novedad del nuevo engendro.
Hay sonrisas, hay abrazos y a nadie se le ocurre escandalizarse pensando en la jadeante novia sudorosa y desgreñada y exhausta sobre unas sábanas manchadas de todos los lubricantes y condones y ungüentos con que la imaginación nos pueda proveer. Nadie, tampoco, felicita a su madre, a su abuela por el orgasmo (o su mediocre intento de alcanzarlo) que posibilitara el nacimiento de esa rama, ese nodo genético en la evolución o involución de nuestra especie. A nadie, pero nadie le pasa por la mente eso. Las visitas familiares a las casas de la novia suelen ser de una hipocrecía exasperante: la madre se comporta como si fuera la santa madre del santísimo y hasta su aura de inmaculada parece ver y el novio, acongojado por la actitud reprobatoria de la suegra, se olvida de reírse al imaginarla ahí, retorciéndose como perra aullando contra las sábanas y las almohadas mientras concebía a la que ahora quiere poner en parecido trance.
Parecido, pero mejorado.
El sexo es el trauma social por excelencia porque representa el maquillaje más extremo de este concatenamiento asfixiante de animales "inteligentes" que han adorado hasta la idolatría su propia posibilidad de inteligencia y la remarcan con la artificial separación que, a lo largo de las eras, han logrado hacer con el resto de mamíferos, reptiles y aves; de las condiciones mismas y caprichosas de la naturaleza para aislarse en
refugios estériles y de preferencia esterilizados que apenas y consiguen hacer otra cosa que engañarlos a ellos mismos.
Pobres, idiotas animales pensantes. Tan espantados de su animalidad sexual; tan voraces de ella que construyen foros para soltarse el pelo y explotar a quienes están dispuestos a llevar sus instintos más allá de la frontera de la normalidad...
Pobres, pobres bestias inmundas...
Primero la mierda. Como una plasta, como un líquido, pero siempre escurriéndote de ahí. Primero la mierda, escurriendo y escurriendo. Primero la mierda y pese a ello hay quienes adoran ese conducto drenante, esa válvula de escape de la mierda misma.
Pura mierda. Mierda olorosa y compungida, mierdosa y pateante, como asqueroso pantano del ser. Luego la mierda lustrosa y llena de moscas y pedacitos de comida o de otros mamíferos, aves o peces que tragamos. Después la mierda podrida y recalcitrante, nauseabunda.
Otra mierda. Basta con deponer toda esa mierda o convertirse en ella. Explotar hecho mierda. Al último, basta con deponer toda esa mierda o convertirse en ella, en cada una de las acciones que desempeñamos, en cada uno de los entuertos. Al último, basta con deponer toda esa mierda o convertirse en ella, en la cuita existencial por excelencia. En el destrozado elixir del sexo. Destrozado porque el deseo no resulta intelectualmente compatible con la mierda. Porque esa maravilla de la naturaleza que son las nalgas, esos bultos carnosos, lustrosos y poéticos, cuando al fin accedemos a ellos nos revelan la bajeza de nuestro ser. La inagotable apoplegía animal que nos posee y nos amedrenta y nos hace retraernos hacia la hipocrecía y luego hacia la falsa castidad. Ah, qué mierda, tan mierdosa y nauseabunda.
Más mierda.
Primero la mierda. Primero la mierda. Primero la mierda.
Otra mierda. Para que nos vayamos a la mierda.
Más mierda. Me darían aún más lástima los pobrecitos, los inútiles pretenders de lo plástico, si yo no fuera uno de ellos. Si yo no compartiera, aún a regañadientes todas las posibles necedades y necesidades y angustias del sexo.
Yo, pues, como todos ustedes, termino siendo una más de las pudendas y molestas partes de lo social. Abur
1 comentario:
¿Que flojera da esto? En verdad tienes un problema con la mierda... ¿En verdad tienes una vida?
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